Durante sus primeras décadas de existencia, los cómics de superhéroes fueron un producto orientado a los niños. Los argumentos facilones, los trajes coloridos y los villanos chorras eran idóneos para los infantes, pero los abandonaban por productos más complejos al llegar a la pubertad. Sin embargo, a partir de los 70 la tendencia cambió. La campaña contra las editoriales independientes que llevaron a cabo las majors (Marvel y DC) con la ayuda de la Cómic Code Authority (la autoridad que censuraba los cómics que no fueran para todos los públicos) había relegado a la competencia a los círculos underground. El vacío que dejaron, fue llenado por nuevos autores que, como Chris Claremont en la Patrulla X, desarrollaban argumentos más complejos y personajes más profundos. Gracias a este cambio, los niños continuaron comprando cómics de superhéroes una vez llegados a la adolescencia, aunque también evitó que nuevas hornadas de lectores se unieran durante la infancia y se decantara por otras opciones más blancas y simples.
Esa última generación que compró cómics durante la infancia, a la que se podría denominar “generación cómic”, es la que nació en los 70 y los 80. Ellos forman (formamos) los principales clientes que tienen los superhéroes en la actualidad y han sido la causa de muchas de las cosas que ocurrieron durante la década de los 90. También es culpa suya que las editoriales revivan una y otra vez proyectos como Los Nuevos Mutantes o los Jóvenes Titanes, a pesar de que nunca acaben de cuajar.
Por esa época, los pri-meros lectores de esa generación acababan de llegar a la adolescencia tras haber crecido si-guiendo las aventuras de la Patrulla. Habían sido 15 años de aven-turas de la mano de Chris Claremont, el Patriarca Mutante que había dirigido las riendas de la colección y había creado la franquicia más exitosa del momento. Pero las editoriales tenían que adaptarse a la nueva edad de sus clientes. Y en ese momento apareció una nueva tanda de dibujantes que hizo las delicias de sus seguidores de hormonas desbocadas.
Todd McFarlane en Spiderman y Jim Lee en la Patrulla X imprimieron un nuevo estilo que se caracterizaba por músculos marcadísimos, bellas féminas de pechos generosos, pistolones imposibles y dibujos con un dinamismo que conseguía que las peleas fueran espectaculares. Fue una revolución frente a lo que se había visto hasta el momento y no tardaron en ganarse la etiqueta “dibujantes estrella”. Sus nombres hacían que los cómics se vendieran como churros y poco a poco su influencia fue creciendo dentro de la franquicia mutante. Chris Claremont era un guionista de la vieja escuela y los ilustradores eran parte muy importante a la hora de realizar los argumentos, así que no es de extrañar que los conceptos noventeros que esos dibujantes traían bajo el brazo fueran imponiéndose en la Patrulla X. En esa época aparecieron personajes como Cable o Bishop y los blandos Nuevos Mutantes se reconvirtieron en los hiper-testosteroneicos X-Force.
Y cuando X-Men nº1 batió todos los récords de venta de cómics (6 millones de copias) Marvel optó por darles el control de la franquicia. La transformación de John Byrne en guionista (tras su disputa con Claremont) ya les había dado buenos resultados, así que apostaron por los nuevos y dejaron que Claremont se fuera tras 15 años al frente de la Patrulla X.
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