Se acercaba la mitad de los 90 y la franquicia estaba en plena forma. La marcha de los dibujantes estrella ya se había digerido por completo y tras “La Canción del Verdugo”, el universo mutante estaba más cohesionado que nunca, disfrutando de su posición en lo alto de las listas de ventas. Pero eso no era bastante para la editorial. Les faltaba un nueva serie juvenil que atrapara a los niños como habían hecho los Nuevos Mutantes antes de convertirse en los hiperviolentos X-Force. Necesitaban unos nuevos Nuevos Mutantes, unos nuevos Nuevos Guerreros, unos nuevos Nuevos Titanes (hay que ver qué manía con poner lo de “nuevo” en las series juveniles) o una nueva Legion de Superhéroes que reflejara las preocupaciones de esa generación que se había pasado los maravillosos años ochenta en pañales. Y nada mejor para una serie juvenil que llenar de estudiantes la Escuela para Jóvenes Talentos que llevaba en desuso desde que la marcha de Bala de Cañón, Moonstar, Illyanna y compañía.
Y, para mejorar aún más la cosa (en términos económicos, al menos) la presentación de este nuevo grupo no seguiría la tradición del Giant Size (el cómic en el que se unieron Tormenta, Lobezno, Coloso o Rondador). Ya no se contaría en un sólo cómic en el que veríamos a los nuevos miembros unirse paulatinamente a la cruzada del Profesor Xavier, sino en un crossover en el que intervendrían las 7 colecciones mutantes. Eso sí, para hacerlo un poco más llevadero a los guionistas, la historia se dividió en tres ramas separadas y se redujo su duración a la mitad (de cuatro meses, se pasó a sólo 2): La próxima generación (desarrollada en las series de la Patrulla X y X-Men), Signos Vitales (X-Force, Factor X y Excálibur) y Sanción Final (Lobezno y Cable con la aparición estelar de Bishop).
Pero tan importante como el argumento y la estructura son los personajes. Para la historia principal, los guionistas tuvieron la gran idea de dar todo el protagonismo a aquellos que ocuparían la futura colección mutante, a pesar de que en aquel momento casi todos eran bastante secundarios: Banshee (que llevaba años desaparecido), la Reina Blanca (en coma desde la muerte de los Infernales), Jubilo (única estudiante de la escuela) y Dientes de Sable (por darle un punto raro al grupo y jugar al despiste sugiriendo que se volvía bueno). Además, también teníamos a los integrantes de la nueva generación de mutantes que irían uno a uno siendo secuestrados y de los cuales sólo no sonaba el apellido de uno, pues se trataba de uno de los muchos retoños de la familia Guthrie de la que también proviene Bala de Cañón. Y, por supuesto, los malos: los nuevos centinelas tecno-orgánicos de Falange.
Los organismos tecno-orgánicos llevaban danzando por las series Marvel desde la primera aparición del extraterrestre Warlock en la serie de los Nuevos Mutantes. También se había desarrollado el concepto del Virus del Transmodo, que convertía en tecno-orgánico aquello que tocaba y algunos (los demonios N'Astirh y S'Ym, por ejemplo) ya se habían convertido en seres tecno-orgánicos para conseguir más poder. Desde la muerte de Warlock, el concepto había quedado un poco olvidado, pero los guionistas consiguieron rescatarlo y unirlo a lo que malos como Cameron Hodge (que en esta saga vuelve a ejercer de villano principal aunque con algo más de suerte que en Proyecto X-Terminio) ya hicieron en el pasado: convertir a humanos que odian a los mutantes en centinelas bio-mecánicos conectados por una mente colectiva.
La mezcla de todos estos factores, resultó increíblemente bien. Pero de eso hablaremos otro día, que ya me estoy alargando. Alianzados saludos a todos.
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