En 1986 Chris Claremont (el llamado Patriarca Mutante) dominaba el cómic de superhéroes con su Patrulla X y había iniciado la creación de la franquicia X con los muy exitosos Nuevos Mutantes y Lobezno (en la imagen, el primer número de la miniserie). Sin embargo, Marvel es avariciosa y siempre quiere sacar más jugo de las cosas (no diré más que en los últimos 5 años hemos tenido Vengadores Encubiertos, Force, Academia, Arena, Nuevos, I.A, Mundiales, Reunidos, Jóvenes, Imposi-bles, Poderosos y Secretos, además de los Vengadores a palo seco). Y se dio cuenta de que podía explotar algo: la nostalgia.
La nostalgia es un arma comercial poderosa. Es la razón por la que Raven no deja de convocar una y otra vez a los Titanes para que se enfrenten a Trigon en un refrito continuo que ya no tiene gracia. También es la que hace que cada dos o tres años se reúnan los Nuevos Mutantes clásicos como si nada hubiera ocurrido (y nadie se hubiera muerto) desde entonces. Me imagino a Bala de Cañón diciéndole a Mancha Solar y diciéndole “oye, vamos a quedar los del grupo para hacer cosas superheoricas, pero no se lo digas a Bum-Bum, a Rictor, a Siryn o a Sendero de Guerra y a ninguno de los amigos que hicimos después de Inferno. Mejor llama a Illyana que ahora que ha resucitado en plan malvada seguro que nos da más confianza que en el pasado. Y Doug seguro que sigue siendo tan útil como superhéroe como era antes de que le asesinaran, le voy a dar un toque”.
En X-Men, indudablemente, si hay algo que evoque nostalgia eso es el equipo original (ahí está Nueva Patrulla X para corroborarlo) y rescatarlo se convirtió en la prioridad de Marvel. A Claremont no le hacía ninguna gracia el proyecto, pero a la editorial le dio lo mismo. Daba igual que hubiera convertido a Patrulla X en uno de los cómics más vendidos del mundo o el excelente trabajo que estaba demostrando lanzar la franquicia, consiguiendo series con personalidad y públicos propios que se complementaban entre ellas. En Marvel estaban convencidos de que iba a ser un pelotazo y todo les daba igual. Tenían el nombre: Factor X (el gen que crea las mutaciones). Tenían el argumento: un grupo del gobierno que cazaban mutantes aunque, en realidad, los estaba salvando. Y tenían a los protagonistas masculinos: la Bestia, el Hombre de Hielo, el Ángel y Cíclope (pregunta que no viene al caso ¿por qué 4 de los 5 miembros originales llevan el artículo en el nombre? ¿y por qué no fue “el” Cíclope? Ahí lo dejo). Sólo faltaba una chica para compensar tanta testosterona y tenían a la candidata ideal: Dazzler. La cantante acababa de quedarse sin serie y Marvel quería introducirla definitivamente en el universo X. Casi estaba todo decidido. Y entonces, Byrne entró en escena.
Como ya conté en Una lagrimita por los muertos 1, el editor de Marvel obligó a los autores de la Patrulla X (Claremont y Byrne) a matar a Fénix después de que esta acabara con un sistema solar habitado por millones de seres inteligentes pues no querían genocidas entre sus héroes. Claremont lo superó supliendo a Jean con otras dos pelirrojas: Madelyne Pryor como novia de Cíclope y Rachel Summers como nueva Fénix. Pero Byrne no pudo aceptarlo y en cada entrevista que le hacían decía que él sabía cómo traer de vuelta a Jean. Con Factor X a punto de caramelo, Marvel decidió escucharle. Y Byrne, encantado sabiendo que así fastidiaba a Claremont (no acabaron muy bien), puso la colección de los 4 Fantásticos (de la que, por entonces, era guionista y dibujante) al servicio de la causa para escapar de posibles problemas con el Patriarca Mutante.
El plan era sencillo: Cuando Jean surgió del océano convertida en Fénix en ese mítico Uncanny X-Men#101 (en la imagen), en realidad no era ella. La Fuerza Fénix la suplantó, enamorada de su humanidad, dejando a la Jean original en animación suspendida en una cápsula en el fondo del mar mientras se recuperaba de los daños que la radiación le había provocado. Allí la encontrarían los 4F.
En un momento, toda la evolución de Jean como personaje se fue a la basura. Ella no era Fénix. Ella no había tenido que combatir por el control, no había sido superpoderosa, no había sido seducida por el lado oscuro y no se había suicidado para redimirse. Ella no era ese personaje tan increíble que dejó a todos sin aliento. Ella era la chica de la faldita que bastante hacía con mover una silla con la mente. En un universo X plagado de mujeres fuertes, de personalidades complejas y con poder suficiente para imponerse a sus compañeros masculinos, regresaba la damisela (mutante) en apuros por excelencia. Una desactualización en toda regla que, además, sentaba el precedente para el resto de futuras resurrecciones mutantes. Cagada total. Pero esta no era la única cagada que ocurriría en la génesis de Factor X. Todavía quedaba otra. Y mucho más ilógica y sangrante. Pero esa la dejamos para otro día que esto ya se ha extendido bastante.
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